sábado, 21 de junio de 2008

Un libro contra el (fácil) entusiasmo: Julio César Guache

Pensamiento liberal
y diversidad


Julio César Guanche
Prólogo a la edición del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello .

No hay nada más práctico que una buena teoría. El lector cubano tiene ante sí, con la segunda edición de esta obra una compleja edificación de un discurso teórico para una práctica de izquierda. Ciertamente, la aparición en Cuba de Elogio de la diversidad, de Héctor Díaz-Polanco, es ganancia en términos netos. Estamos ante una actualización crítica del discurso sobre la diversidad, así como ante una puesta al día —muy completa— sobre la filosofía política de nuestro tiempo. De hecho, se cuentan con los dedos de una mano los libros que, recorriendo la bibliografía de éste, pueden encontrarse en el país de autores como: John Rawls, Charles Taylor, Benedict Anderson, Isaiah Berlin, Alex Callinicos, Ronald Dworkin, Terry Eagleton, Jürgen Habermas, Toni Negri, entre muchos otros, inéditos en la Isla. Sin embargo, el mérito de Díaz-Polanco no es resumir un arsenal de ideas en un español conciso, sino encarar una estrategia de intervención cultural de índole revolucionaria. A lo largo de poco más de doscientas páginas, se discuten, limpios de polvo y paja, contenidos para una necesaria reconstrucción del discurso socialista sobre bases revolucionarias. No sin irresponsabilidad, intento el malabarismo de glosarlos aquí.

I

Una región del pensamiento de izquierda levantó por décadas su voz al cielo denunciando el demonio de la globalización como instrumento de la uniformidad cultural.

Un territorio del discurso del socialismo histórico arrastró juntas las ideas de desigualdad y de diversidad y, en su argumentación sobre la vida futura, las colocó en el museo de las antigüedades, al lado de la rueca y el hacha de bronce. El porvenir del socialismo sería el reino feliz de la igualdad y de la mismidad.

Un contingente de la izquierda pensó que bastaba con anunciar la justicia para que la libertad viniese tras ella, a remolque de la historia.

II

El claustro del pensamiento liberal hizo desaparecer el concepto de capitalismo y dejó, sobrevolando sobre las ideologías y las formaciones sociales específicas, el de globalización, venido al mundo, asegura, de la mano de “la ciencia” y “la técnica”.

Una legión del pensamiento liberal aseguró que el concepto de multiculturalismo era el cauce del hecho individual, social, cultural, de la diversidad.

Una zona del liberalismo aseguró haber conseguido, al fin, la construcción de un pensamiento que reconcilia en su seno la libertad con la justicia.

III

Para desprenderse del hedor de la izquierda “paleolítica”, un continente de la izquierda protagoniza una rendición con olor de santidad: explica la globalización como “hecho inevitable”, se aggiorna como multicultural y construye una teoría de la diferencia infinitesimal, indiferenciada —sobre todo— respecto al enfoque de clase.

Elogio de la diversidad es un antídoto para las intoxicaciones inveteradas de esta izquierda, que a la altura del siglo xxi conserva todavía muchas de las maneras de su antigua esterilidad, así como contra los espectros que recorren el mundo, siendo a la vez la diestra y la siniestra de sí mismos.

IV

El libro es una columna edificada a partir de una serie de advertencias. Si se ha de discutir con el pensamiento adverso, se ha de hacer con sus resultados de mayor elaboración. La profundidad de un análisis marxista hoy sigue estando en relación con el rigor con que se comprenda la formación específica del capitalismo presente. El marxismo ha de argumentar filosóficamente sobre la justicia y no darla como hecho supuesto en su programa político, como si se tratase de un significado unívoco, que sólo es necesario “llevar a la práctica”. A la “globalización” no le interesa tanto regimentar la uniformidad cultural —ni tampoco producir diferencias—, como instrumentar las existentes en función de la única uniformación que le es imprescindible: la del dominio del capital. El universalismo abstracto es un férreo valladar contra la diversidad. Los derechos humanos, o son totales, o no son: resultan apenas un arma política o un programa muy incompleto para dar cuenta de la necesidad humana de pan y de libertad.

V

El libro atraviesa un vasto campo minado de problemas. Constituye una crítica exhaustiva del pensamiento liberal, a partir del eje de la diversidad. Se integra a una corriente que, desde el marxismo, ha puesto en solfa ya no el contractualismo kantiano, sino también el último monumento teórico producido por el pensamiento liberal: el llamado “liberalismo igualitario”, con su sede primigenia en el libro Teoría de la justicia, de John Rawls —aunque se remonte a Kant y a Stuart Mill.

Un libro sobre la diversidad no puede ser unidimensional. Díaz-Polanco no da la impresión de emprender una crítica conociendo de antemano los detalles minuciosos de la conclusión. La argumentación crece, se complejiza y en el camino construye sus consecuencias. Díaz-Polanco dialoga. En la obra de Hardt y Negri —específicamente en Imperio y Multitud. Guerra y democracia en la era del imperio—, encuentra zonas que son afines a su argumentación sobre la etnofagia del Imperio. Analiza con mesura la cuestión del “Estado nación” y sugiere no confundir procesos en curso con realidades ya verificadas, en lo que respecta, por ejemplo, a la “extinción” del Estado nación en el contexto de la globalización. La idea de “cambiar el mundo sin tomar el poder” encuentra aquí, con su inversión, un matiz iluminador: se ha de “tomar el mundo para cambiar el poder”, lo que retoma una tesis de raíz gramsciana: si la revolución es, ante todo, un proceso social, no hay posibilidad exitosa de construcciones socialistas a posteriori de “la toma del poder”: esa posibilidad radica en tomar el conjunto de la sociedad, edificar una alternativa material de sociabilidad que el poder político correspondiente contribuya a reproducir, pero que, en sí mismo, será incapaz de crear: la “invención” está constituida por una serie de conquistas relacionadas unas con otras que integran los contenidos —existentes al mismo tiempo como realidad y como prefiguraciones— de la sociedad que se pretende construir.

Por su mesura y dialogicidad, este libro es un elogio radical a la diversidad.

VI


John Rawls

Cuando Rawls publicó Teoría de la justicia en 1971, la democracia liberal sufría una enorme pérdida de popularidad, a manos del marxismo, el estructuralismo, la insurgencia del 68, las guerrillas latinoamericanas y la guerra de Vietnam. En ese vacío, Rawls hizo el papel del héroe trágico, reivindicando el valor de tal armazón ideológica. Con el tiempo, al profesor de Harvard le imputaron ser el arquitecto de la reconstrucción teórica del Estado de Bienestar. De hecho, una zona del propio liberalismo ha reputado el pensamiento de Rawls de socializante, de “traidor a la causa” —sobre todo el Rawls de Liberalismo político--, pues arguye que su doctrina termina atentando contra el “derecho de propiedad de uno sobre su persona y los resultados de su trabajo”, pilares de la racionalidad capitalista y de toda la modernidad liberal.

Respecto a las ideas del anticapitalismo, Díaz-Polanco escribe en una situación acaso similar. Elogio de la diversidad es como la clásica mosca en la sopa. El relato del ingenuo que advierte sobre la desnudez del rey. La deriva socialdemócrata del ideal socialista ha hecho creer a millones que, con un esfuerzo de justicia, el capitalismo no es intrínsecamente “salvaje”. Por ello, desde el punto de vista ideológico, las búsquedas socialistas actuales escasamente se construyen como proyectos anticapitalistas.

Cansado de gritar en el desierto, Díaz-Polanco habría buscado refugio en la defensa de la diversidad, al calor de los millones de seres que entonan loas a la diversidad, ese himno a la alegría de nuestro tiempo. Pero tampoco. Díaz-Polanco defiende la diversidad criticando la que “todo el mundo” defiende: la encauzada por el universalismo liberal: “El capitalismo proyecta que el juego de la pluralidad humana devenga en una colosal maquinaria de la ‘diversidad’ alienada”, argumenta.

VII

Este libro contribuye a entender(nos): es un mapa de distinciones. Ante el “particularismo [del capitalismo occidental] que se disfraza de universalidad”, Díaz-Polanco defiende otra calidad: el único principio universal es aquel que procure justicia para todos. Piensa, con Žižek, que la “única universalidad [a] la que tenemos acceso es [a] la universalidad política, que no equivale a cierto sentido idealista abstracto, sino a una solidaridad en la lucha”. El libro distingue: la globalización es una nueva fase del capital y no una fuerza de la naturaleza; la igualdad y la diferencia son programas biunívocos en un horizonte socialista; la ideología del multiculturalismo es el arma de combate de la globalización del capital; la propuesta del liberalismo igualitario —y con él la de una parte de los “progresismos” al uso— refuerza la concepción liberal consagrada a la prioridad absoluta de la libertad sobre la igualdad —y con ello sigue siendo el obstáculo para el despliegue de una sociedad democrática; la expansión de la libertad y la justicia depende de la irrenunciable integralidad de los derechos humanos: civiles y políticos-sociales; económicos y culturales; individuales y colectivos.

Este es un libro contra el entusiasmo. «El entusiasmo —escribía Gramsci— no es más que una externa adoración de fetiches. Reacción necesaria, que debe partir de la inteligencia. El único entusiasmo justificable es el acompañado por una voluntad inteligente, una laboriosidad inteligente, una riqueza inventiva de iniciativas concretas que modifiquen la realidad existente”. Es, sobre todo, un libro contra el entusiasmo que aplaude sin saber la reproducción del status quo capitalista, que piensa con sus categorías, y que usa sus conceptos como si éstos fuesen producidos en una atmósfera al vacío, y, a favor, en cambio, del entusiasmo de los que pretenden, en la lucidez de la conciencia, “tomar el mundo”.

La Habana, 28 de agosto de 2007.

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