miércoles, 24 de enero de 2007

Identidad y movimiento indígena


El laberinto de la identidad y el movimiento indígena

Araceli Burguete Cal y Mayor


La más reciente obra de Héctor Díaz-Polanco, El laberinto de la identidad (UNAM, México, 2006), es un libro pensado con un énfasis pedagógico para soportar el trabajo docente. El libro fue elaborado a petición expresa del Programa Universitario México: Nación Multicultural, que dirige el etnólogo José del Val, de la Coordinación de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Con una escritura que es comprensible para todo público, sin demérito del rigor académico al que nos tiene acostumbrados el autor a lo largo de su producción académica, la obra aborda temas complejos como las relaciones entre identidad, globalización y etnofagia, del que se ocupa el primer capítulo. En el segundo, el antropólogo reflexiona sobre puntos teóricos y metodológicos planteados en el estudio de la diversidad, desde la perspectiva de la antropología social.

En los capítulos III al IX, nos introduce en el laberinto de la identidad y sus relaciones con la autonomía indígena. En primer lugar, examina los debates actuales en la izquierda latinoamericana frente al poder y al Estado y su relación con las propuestas indígenas de autonomía, que pugnan por modificar relaciones históricas de dominación y de exclusión, intentando, entre otras cosas, transformar el Estado. En el capítulo siguiente, profundiza estos debates al referirse al Estado mexicano y su posición frente al levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas y los compromisos asumidos en los Diálogos de San Andrés Larráinzar. En particular, se ocupa del periodo del gobierno de Vicente Fox, destacando la estrategia gubernamental de “disolver los conflictos”, para obviar la solución del asunto de fondo que tiene que ver con el reconocimiento de derechos.

En el capítulo cuatro, da cuenta de la experiencia de autonomía regional zapatista en el marco de las Juntas de Buen Gobierno. El autor debate sobre esta forma de organización y su relación con las reformas legislativas, la resistencia indígena, la desobediencia civil y los límites y alcances de esas experiencias de autonomías de facto. Destaca que, si bien tales formas de organización autonómicas son novedosas y meritorias, como movimientos de desobediencia civil, su mayor limitación se encuentra en la falta de reconocimiento jurídico-político, por lo que ratifica la idea de que las luchas autonómicas no deben agotarse en la resistencia, sino insistir en la puja por su reconocimiento en la juricidad del país.

Una sección completa del libro ofrece una actualización sobre la experiencia del régimen de autonomía regional en la Costa Caribe de Nicaragua, que comenzó en 1987, cuando se logra una reforma constitucional que reconoce los derechos de libre determinación y autonomía de los pueblos que habitan esa región, caracterizada por su multietnicidad. La actualización, el balance y el análisis de los desafíos que plantea la experiencia de autonomía nicaragüense se realizan mediante la voz de algunos actores relevantes de ese proceso, que son interpelados por Díaz-Polanco. Para ofrecer el contexto histórico de los mismos y acercarse con mayor precisión a los análisis de los entrevistados, se dispone al final del libro de una minuciosa cronología de los principales acontecimientos que explican las luchas autonómicas y la trabazón procesal en que se desarrollaron.

El libro, aunque de fácil lectura, es complejo por los varios temas que aborda. Hay, no obstante, ejes temáticos que están presentes en varios capítulos, con distintos abordajes. Uno de estos temas es el del movimiento indígena en México, asunto que ha sido preocupación central del autor en anteriores publicaciones. En esta obra, se ocupa en realizar un balance sobre el “estado” que guarda el movimiento indígena mexicano en el último lustro y delinea con bastante precisión los desafíos que enfrenta. De esta línea temática, me interesa destacar lo siguiente.
El recuento se realiza en el marco de lo que ha sido el devenir de los acuerdos de paz firmados entre el EZLN y el gobierno mexicano, conocidos como “Acuerdos de San Andrés”. Menciona que, a la distancia, algunos actores observan ciertas carencias u omisiones, lo que supondría volver a ellos para su actualización. Observa que, pese a sus límites, aquellos acuerdos mantienen cierta vigencia y continúan siendo un referente relevante para la acción colectiva indígena. Pero expresa su preocupación en el sentido de que, aun cuando el contenido del pacto sigue siendo un norte para el movimiento indígena, se “corre el riesgo de que, conforme pase el tiempo, se convierta en un discurso cada vez menos inspirador” (2006, p.133). Por ello, convoca a los diversos actores a renovar esfuerzos para entrar en nuevas etapas de la lucha indígena, capaces de empujar hacia el enriquecimiento de los acuerdos y su concreción jurídica.

Este es el espíritu que alienta todo el libro: de balance, de crítica y de propuesta. Seguidor, solidario y estudioso del movimiento indígena durante más de tres decenios, el autor no deja de mostrar cierto estupor frente al devenir del movimiento indígena mexicano en el último lustro. Le sorprende cómo fuerzas que fueran activas y que tuvieran gran capacidad reflexiva, propositiva y política para modificar los pactos políticos previos a 1994 y en los años subsiguientes, hasta imponer en varios casos su propio punto de vista a los poderes del Estado en los años noventa, hoy día estén tan profundamente debilitadas.

Rememora aquellos momentos luminosos del movimiento indígena cuya característica era la capacidad de convergencia nacional, como movimiento unificado, con expresiones regionales de una gran vitalidad, coordinadas a nivel nacional. La diversidad entre ellas no era un problema; por el contrario, en ello radicaba su mayor aliento. Este movimiento se complementó en una sinergia poderosa de empuje y apoyo al EZLN, que hizo posible derribar los muros de la indiferencia nacional frente a los pueblos indígenas, situados en los márgenes de la nación. Así, los pueblos indígenas fueron parte de un vasto movimiento democratizador en todo el país. Desafortunadamente, todo ello comenzó a quebrantarse después de 1996. El autor menciona el año de 1997, momento en que “brotaron contradicciones que, mal manejadas, provocaron divisiones cada vez más agudas. El vigor nacional del movimiento fue desfalleciendo” (2006, p. 132).

El estado de la cuestión sobre el movimiento indígena hoy, nos dice el autor, es desolador en más de un sentido. En el diagnóstico del mismo, se identifican algunos problemas como dispersión y división interna, agravado por la carencia de una estrategia política clara y propia, con capacidad de movilización, con un programa político a corto y mediano plazos. Contribuyeron a ello las promesas incumplidas del foxismo y la seducción, bajo falsos compromisos, de algunos liderazgos indígenas. Se advierte el debilitamiento de los vínculos regionales con las que otrora fueron los dos grandes movimientos nacionales, la Asamblea Nacional Indígena Plural por la Autonomía (ANIPA) y el Congreso Nacional Indígena (CNI), así como el aislamiento de las luchas indígenas respecto a otros movimientos y fuerzas sociales, con los que podría articularse y de esta forma revitalizarse. Lo paradójico de esta situación, evalúa Díaz-Polanco, es que en la fase en que la causa india ha alcanzado uno de sus puntos más altos en cuanto a aceptación pública y apoyo moral, el movimiento indígena no ha logrado traducirlo en presencia política en lo regional y lo nacional para impulsar el logro de sus fines.

Pese a ese diagnóstico, destaca que lo regional y lo local se mueven y voces lejanas parecen interpelar al pesimismo. Guerrero, Oaxaca, Michoacán, las Juntas de Buen Gobierno zapatistas, dan lecciones de dignidad y resistencia ¿Qué es entonces lo que sucede? ¿Terminó acaso el tiempo de las organizaciones nacionales panétnicas y plurales? ¿Se disolvió el movimiento indígena nacional o sólo se reconfiguró o, mejor dicho, se descentró? En efecto, todo pareciera indicar que hay un agotamiento de las formas de organización que caracterizaron a los decenios de los ochenta y noventa. ¿Cómo explicar estos cambios? El autor aporta pistas en el libro que pudieran estar indicando que las respuestas están en los cambios del contexto, de los actores políticos todos, del país mismo; incluso, de cambios en las identidades étnicas en las regiones, municipios y comunidades en el último decenio.

Por un lado, se asiste a la emergencia de luchas indígenas de carácter regional. Pareciera que el discurso autonómico ha sido apropiado y resignificado en los muchos idiomas de los grupos étnicos del país, con voces y actores localizados que formulan sus propias demandas. Estas nuevas luchas emergen, entre otras causas, en defensa de su patrimonio y recursos ante el embate de la globalización neoliberal. Centenares de demandas y formulaciones que vienen desde abajo. Frente a estos nuevos reclamos, las organizaciones nacionales aparentemente ya no tienen respuestas. Esto podría explicarse debido a que la dispersión de las luchas locales y la envergadura de las mismas requieren de un seguimiento puntual, para dar respuesta y acompañamiento responsable para las cuales ninguna organización nacional actualmente tiene los cuadros ni los recursos necesarios.

Adicionalmente, otras cosas han cambiado. En primer lugar, el propio EZLN también se ha reconfigurado. Ha puesto en otro lugar de su agenda y prioridades el reclamo de los derechos de los pueblos indígenas. De la misma forma, las instituciones de gobierno operan ahora con desenfado frente a los reclamos de los pueblos indígenas. Como bien lo menciona el autor, los tres poderes del Estado, los órdenes de gobierno y la clase política y económica del país, tienen ya un posicionamiento frente a los derechos indígenas y no parecen estar dispuestos a “dar más” de “lo admitido” en la reforma del artículo segundo. En el último lustro, las instituciones se han ocupado de realizar reformas y aplicar políticas públicas de manera unilateral, reelaborando las mismas políticas indigenistas, camufladas ahora en un multiculturalismo neoliberal. De esta reflexión, se ocupa el autor en el primer capítulo, al alertarnos de esta nueva fase etnófaga de la globalización capitalista.

Dados estos cambios, todo indica que es el momento de pensar al movimiento indígena de otra manera, corriendo la cortinilla de lo nacional (sin cancelarlo) y ver entonces hacia adentro y hacia abajo, así como las múltiples articulaciones entre ellos, ver hacia los estados y las regiones, observar minuciosamente los movimientos estatales, como la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) en Oaxaca; los regionales, como los de la tribu yaqui o el Alto Balsas y Xochistlahuaca en Guerrero, etcétera, apreciando las lecciones que ellos nos ofrecen. Ver hacia las incontables luchas –la mayoría de ellas ignoradas y no registradas– por el gobierno local en los municipios o las comunitarias en la defensa del agua, de los bosques o de sus recursos naturales, encaminadas a evitar el saqueo y la biopiratería. Esas son sólo algunas luchas, entre otras muchas, que hoy ocupan a los liderazgos indígenas en todo el territorio nacional.

Esta reconfiguración de las luchas y del movimiento indígena da cuenta de una “reemergencia” de lo local y regional y de nuevas formas de acción colectiva. Por eso, no obstante el pesimismo que alienta al autor en algunas secciones del libro, identifica acontecimientos que le hacen esbozar una sonrisa y un cierto optimismo (aunque cauto, apunta). La tendencia es la emergencia de múltiples batallas locales (como parte de una batalla más amplia, la de las identidades) frente a la globalización etnofágica y del neoindigenismo multiculturalista, que inician una nueva fase de rebeldías. Las comunidades indígenas están en nuevas luchas y se preparan para un nuevo ciclo de sacudidas sociales y es que ellas, apunta nuestro autor, están en cierta forma acostumbradas a la lucha de larga duración, de lo que resulta que la utopía y el sueño no son, regularmente, ajenos a la vida cotidiana, sino “tan necesarios como el aire y el agua”. Sin embargo, también advierte, esas batallas deben rearticularse para volver a hacer de ellas, otra vez, una nueva gran lucha emancipadora.

Construir un nuevo movimiento indígena requiere un rasgo adicional, dice el autor, que no estuvo presente en las luchas indígenas de los años noventa. Los retrocesos sólo pueden ser contrarrestados por una fuerza política autonomista que incorpore un énfasis marcadamente popular e independiente, que rebase el mundo indígena. Un movimiento con suficiente empuje, capaz de reabrir el debate y hacer los reajustes que sean necesarios a los mismos Acuerdos de San Andrés (para proceder a su actualización), de tal forma que haga posible políticas de reconocimiento y de redistribución.

Se trata también de hacer posible un nuevo movimiento indígena nacional que no se agote en las demandas y reclamos propios, sino que se incluya en las grandes luchas nacionales y democráticas de reconstrucción del país, es decir, un movimiento indígena autonomista de carácter popular, independiente y alcance nacional. Cualesquiera que sean las nuevas rutas que tome el movimiento indígena, concluye el autor, parece necesario que los reclamos propios se enlacen con otras demandas y luchas populares. Los pueblos indios solos no llegarán muy lejos.
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La autora es profesora-investigadora del CIESAS-Sureste. Texto leído durante la presentación de la obra, en el marco de la Feria Internacional del Libro, en el Palacio de Minería, Ciudad de México, el 1 de marzo de 2007.